Resulta que soy ese tipo de mujer
Me he convertido en esa mujer. Me pongo la crema de sol que me sobró del año pasado y el bikini de hace dos años
En términos generales, el mundo se puede dividir en lugares bonitos y feos. En general, los lugares bonitos son más caros que los feos y suelen estar llenos de mujeres con pamelas blancas y gafas de sol extragrandes de Dolce & Gabbana. En los lugares feos están los que para decir smoothie dicen «esmoti» y los que piensan que Jack & Jones es una firma de moda de lujo.
Hasta hace aproximadamente dos años, me parecía de vital importancia pasar las vacaciones en un lugar bonito. Ahora todo me da igual. De verdad, antes me preocupaba que llegase el verano y me encontrase sin un bikini a la moda. Me preocupaba la marca de la crema de sol y leía de manera obsesiva las reseñas
de las revistas para comprobar que la marca que llevaba usando ocho años seguía siendo la mejor. Ahora me he convertido en esa mujer. Me pongo la crema de sol que me sobró del año pasado y el bikini de hace dos años. Ni siquiera me molesto en mirar si está de moda. Es probable que ya no estuviera de moda el año pasado y por eso estuviera rebajado.
Algo me ocurre con los destinos de vacaciones. Si hasta ahora me había preocupado de pasar las vacaciones en algún destino que añadiese algo a la historia de mi vida, ahora me da igual. Y envidio a las mujeres a las que les encanta pasar cada verano en el mismo sitio. Conozco a muchas mujeres así. Tienen una casa en la playa y en los armarios guardan los vestidos de Pucci y los sombreros de paja. Les gusta su playa. Los niños tienen sus amigos. La criada conoce como llevar la casa. Ahora sé que ellas me debían ver como a una peonza a la que la habían dado demasiada cuerda.
Respecto a esas mujeres, con los años he comprendido dos cosas:
1. No es justo compararme con mujeres que tienen casas cerca del mar.
2. La decoración es siempre más cara de lo que parece.
Pase lo que pase hay que evitar hablar de la decoración. Si lo haces, la respuesta incluirá el nombre de un diseñador, al que es muy probable que no conozcas, seguida de un resoplo para remarcar que es excesivamente caro pero merece la pena. Lo mismo ocurre, claro está, con las conocidas que tienen casa en Cortina. A esas las he dejado de llamar.
Algo parecido ocurre con las que solo hablan de bebés o del tarot. Ni siquiera me molesto en despedirme, borro sus teléfonos para dejar espacio para algo nuevo que no huela a leche agria ni a incienso. Reconozco que sigo viendo a las adictas al yoga, a la cirugía estética y a las veganas. Y reconozco que si lo hago es porque siempre aprendo algo. ¿Sabíais que si haces demasiado yoga las prótesis del pecho se te pueden dar la vuelta? Al menos, eso es lo que me contó mi amiga Mimi. Una de las pocas amigas a las que sigo viendo. De vez en cuando salimos a tomar limonada preparada con stevia y comemos mini sándwiches de pepino. Después, yo me tomo una porción de tarta de zanahoria y Mimi un sobre para eliminar la grasa.
Tampoco me preocupan mis uñas ni mis axilas. Llevo las uñas cortas y las axilas depiladas, no soy como la mascota de Tippi Hedren o como algunas mujeres que veo en el metro. Simplemente no me pongo a gritar si veo aparecer un pelo minúsculo por mi ingle. Ni dejo que me quiten las cutículas. He pasado años reprimiendo las lágrimas cada vez que intentaban quitarme la cutícula y ahora me siento con la madurez suficiente para decir basta.
Así que sí, me estoy convirtiendo en una mujer que desearía tener una casa en la playa para no tener que preocuparse de elegir un destino, ni de comprar vestidos de playa, sombreros, ni crema de sol. Y por arte de magia ya no me preocupa que mis amigas no me caigan bien y que ellas puedan coleccionar lingotes de oro y esmeraldas y broches antiguos o maridos e hijos y que yo solo tenga a mi perra y a mi marido y ningún barco. Creo que a esto le llaman madurez. Y la verdad es que no sé si me gusta o si es un sendero que termina en una playa estrecha y sucia desde la que debes coger una barca de madera y remar mientras rezas para llegar a algún sitio agradable. Uno, en el que te espere algún señor con barba, que al ser posible, no haya escuchado ni visto nada de lo que has hecho en tu vida, y tenga la amabilidad de abrir las puertas y dejarte entrar.
Tamara Tossi ©
Prometido ;)
¡Maravilloso! 😍 Tamara Tossi, después de depilarte las axilas y preparar tus sándwiches de pepino, prométeme que le vas a enviar esto al New Yorker.🤞